Alcanzamos the New York’s airport para alivio de mi compañero de asiento. Tras jurarme y rejurarme que normalmente no le sucede lo de hoy, consigo sacarlo del avión. Pero el aeropuerto de Nueva York parece tan grande como la península Ibérica, aunque con salidas peormente localizables.
Zack comienza a mirar por todos los carteles en busca de la salida, se acerca a un mostrador y roba un panfleto que parece ser el mapa del lugar y dirige su mirada y concentración a él. Yo, ajena al problema de quedar atrapada en aquel mundo neoyorquino, recuerdo cierta conversación con Zack día atrás.
-Zack… ¿Vive todavía aquí?
-¿Quién?- Pregunta parándose y buscándome con su desarrolladísimo sentido auditivo, al comprobar que voy detrás me coge de la mano tirando de mí hacia él pero sin despegar la vista del mapa y continuamos andando, abriéndonos paso entre aquella muchedumbre.
-La persona por la que te recorriste el país.
-Ehh… no, no, nunca ha vivido aquí.
-¿Entonces?
-Mira, Mel, cariño, luego si quieres te doy su número y la llamas pero ahora pon un poco de tu parte para salir de aquí, me estoy agobiando.
Me paro en seco, lo que hace que él también se tenga que retrasar. Dos cosas me han sorprendido de su comentario, primero el tono de desesperación e insinuación de que todo me es indiferente, segundo, el “cariño” dirigido a mí, ha sonado demasiado perfecto… Vuelvo al mundo real aeroportuario y le suelto la mano. Me dirijo a un hombre que pasa por nuestro lado vestido de uniforme y le pregunto por la salida, Zack me mira con expresión de vencido. Le vuelvo a coger la mano y soy yo quien lo arrastra esta vez a la salida.
Por fin veo civilización, digo más, por fin veo cielo neoyorquino y lo que ha costado. Encontramos la salida y tuvimos que coger un autobús que nos llevó hasta una parada de metro, a partir de ahí dos trasbordos y, tras dos horas eternas por fin pisé el suelo de Manhattan, ciudad interracial donde las haya.
En la sala ya están entrando y me desespero ante la tranquilidad que lleva Zack para dirigirse hasta la puerta, le apremio pero se limita a reírse de mí, señal de que tiene un as en la manga. Para empezar no entramos por la puerta principal, de hecho me conduce al callejón lateral hasta una entrada con pinta de antigua y la abre cediéndome el paso. Atravesamos los pasillos y llegamos donde me esperaba: zona de palcos. No me sorprende demasiado, me lo estaba oliendo.
Los conocí, conocí a los miembros de McFly y apenas pude hablar con ellos cinco minutos porque enseguida se fueron a terminar con los preparativos del concierto. Todos estuvieron fantásticos, adorables, cariñosos, no hay palabras para describir a esos señores ni a su concierto. Concierto que disfruté desde el segundo inicial hasta el último, bueno miento, el último no, no quería que acabara, fueron momentos mágicos de adrenalina y descontrol, sensaciones que solo se viven en estas ocasiones. Zack, por su parte estuvo más tranquilo, feliz pero relajado, en Estados Unidos los fans son mucho menos entusiastas.
Salimos con la intención de buscar un taxi, por lo menos, por su parte. Pero yo no pensaba igual.
-¿Dónde vamos?- Pregunto.
-¿Informe de la hora?
-¡Son las diez de la noche!
-El avión sale a la una, y necesitamos dos horas para llegar al aeropuerto así que… donde quieras…
-¡¿A la una?!
-Sí, ¿qué pasa?
-Nada, nada…- Con razón le han salido tan baratos.
-Pues yo propongo ir a un hotel para poder cambiarnos.
Obviamente, un concierto, en pleno junio, en una sala de 80 m2 hace el efecto sauna más rápido que un horno pirolítico.
-Así que quieres hacerme pagar un hotel para una hora…
-Zack, es necesario a menos que quieras que nos paren en el aeropuerto por ser sospechosos de llevar droga… con este olor, ya me dirás.
Él se empieza a reír.
-Tienes razón, venga, vamos… pero no me he traído ropa ¿y tú?
Le miro con mala cara, obviamente no me dio tiempo a preparar nada, salimos tan rápido que no pude ni avisar a Adrienne. Ni dinero, ni ropa… tan solo el Iphone y el paquete de chicles que llevaba en el bolsillo
Acabamos en el hotel más cercano, el cual había sido despreciado por el resto de hoteles americanos, considerándolo como un simple hotel de categoría secundaria pero en España habría obtenido las cuatro estrellas limpiamente, sin soborno. Zack habla con el recepcionista educadamente y, en menos de cinco minutos, tenemos habitación.
Es bastante amplia, con dos estancias, en una hay una cama de matrimonio y en la otra una diminuta imitación de un salón pijo-clásico. Zack desaparece anunciando que va a comprar algo de ropa y yo comienzo con la ducha.
Termino envuelta en uno de los albornoces blancos, me siento en la cama observando el exterior por el enorme ventanal que acompaña a la habitación. Las vistas no tienen desperdicio: cocina del hotel, con camiones sucios y contenedores incluidos, un lujo; por suerte la habitación no tiene nada que ver con ese mundo, quizás es demasiado grande para una sola persona y por eso me entretengo pensando idioteces... Espero con intranquilidad a mi acompañante, tengo una sensación extraña, me siento nerviosa y feliz a la vez por la situación, como si fuera a pasar algo que no estoy segura de querer que pase.
Empieza a llover y, en escasos minutos, la ventana resulta atacada de tal manera que se niega a permitirme ver el vulgar paisaje que antes me estaba ofreciendo. Pero en el interior de la habitación mejora el paisaje cuando oigo el abrir de la puerta. Zack entra cargado de bolsas y cierra de una patada.
-¡Me encanta esta ciudad!
Yo miro asombrada las bolsas que acaba de depositar en la cama, a mi lado. Comienza a buscar entre esa pequeña población de glamour hasta que parece hallar lo que quería y me extiende una bolsa. Es de un negro brillante y cartón, con la palabra “Calvin Klein” escrita en plateado. Obtengo una simple camiseta lisa, blanca con la CK dibujada en diamantes.
-Gracias, Zack. Tampoco hacía falta… con una de Dolce & Gabanna me hubiera conformado.
Se ríe pero responde como un caballero que no le importa y desparece cerrando la puerta del baño. En su ausencia, aprovecho para cotillear sus nuevas adquisiciones. La mayoría son sencillas prendas deportivas: un bañador, una sudadera y unas zapatillas Nike que le vuelven más loco que a un tonto una tiza, también hay otra bolsa de Calvin, saco del diminuto contenedor de cartón unos boxes negros. Los observo, alzándolos hasta colocarlos enfrente de mí justo en el momento en el que él sale del baño. No intento esconderlo, sería demasiado patético, le sonrío levantando mucho las cejas.
-Eyyyy… Tampoco él parece demasiado molesto, ni siquiera me dedica más atención de la que le prestaría a un cubo de basura. Qué cruel.- ¿Te gustan?- Pregunta con naturalidad mientras rompe la etiqueta de una camiseta con los dientes.
-¿No los tenían en rosa?- Bromeo.
Me los quita de las manos haciéndose el ofendido y vuelve al baño tras asegurarse de haber eliminado cualquier muestra de superioridad económica de sus ropas (etiquetas, para aquellos que no dominan la retórica). Aprovecho que ha entrado en el baño para cambiarme en la habitación.
Al terminar me tumbo en la cama y enciendo la tele. No hay nada interesante, bueno, en realidad sí y no tarda en salir del baño. Parece divertirse. Se tumba a mi lado, rodeándome con el brazo de manera que quedo abrazada por el olor a gel de baño barato de hotel y el “ubermensch”, no el que propuso Nietzsche en su día, sino el auténtico supra humano.
He de decir que los veinte minutos restantes fueron muy especiales, lo fueron porque le confesé todo y con todo me refiero exactamente a eso: empezando por los motivos por los que me fui de España hasta que lloro cada vez que veo una cucaracha porque no me atrevo a matarla. Y es que bastó con que me lo preguntara una vez para que me atreviera por fin a confiar en él, es más eficiente que un paparazzi ante Belén Esteban, con la diferencia de que yo respondo en un idioma que existe. Me llama loca, obsesiva-compulsiva y paranoica, pero conforme lo dice me acerca más a él, hasta acabar rodeada por ambos brazos.
-Sin esa impulsividad no te hubiera conocido.- Susurra.
Son las once, deberíamos salir ya si queremos llegar a tiempo al aeropuerto, pero no le digo nada, me podría quedar en esta posición para siempre sin moverme. Zack se sobresalta al ver la hora en su móvil.
-¡Melanie, son las once y cuarto ya!
No me muevo, y sujeto su camiseta nueva con más fuerza, su cuerpo vuelve a relajarse, pero no dura mucho, los remordimientos parecen haber dominado parte de su ser y se levanta suavemente. He perdido, me toca volver al mundo real.
OOohhh!! que Zack mas mooonooo *-*
ResponderEliminar"-Sin esa impulsividad no te hubiera conocido.- Susurra." oinshh ^^
me ha encantadooo, sobre todo lo de a un tonto una tiza xd has usado muchas cosas de clase eh! Nietzsche, lo de la tiza...
y por ultimo... aqui se confirma una cosa:
LOS HOMBRES NO PREGUNTAN XDD
Ye!!! hace tiempo k no me pasaba por aki xD
ResponderEliminarveo k las cosas han avanzado muuuchooooo!!!
me ha gustado el capi y ahora subes con mas rapidez k antes!!! xD